Amor del bueno

Esa ilusión se rompe cuando se vuelve a ver a la pareja como realmente es y no como se la imaginaba, ¿y para qué querer cambiar al otro? ¿no sería más factible cambiarse a uno mismo? Con “cambiarse” no me refiero a abandonar la esencia de quienes somos, si no de reordenar nuestros propios aspectos de la manera más beneficiosa para florecer, descubriendo qué necesitamos y qué nos hace bien, así llegará quien se busca, encontrándose antes a sí mismo. Cuesta aceptarse con fortalezas y debilidades, y hay una clave, reemplazar la “o” por la “y”. Somos un todo único y eso implica unir en un puzle piezas de distintos colores, dándole la armonía que más nos nutra, con amor, compasión y respeto, hacia uno mismo y hacia los demás. No es fácil, después de habérselo cuestionado todo se podría sentir confusión, pero al menos se estaría de pie, sin importar que al principio no se sepa dónde.

Cuando estamos enteros, elegimos a un(a) compañero(a) de viaje para avanzar juntos como pares, con los mismos derechos y asumiendo distintos roles compatibles en anhelos y valores que aporten a la relación, cada uno con sus características. Dos personas mirándose a los ojos, reconociendo al otro como entidad distinta, y a la vez con la capacidad de colarse en su piel para fundirse por momentos en la complicidad de ser pareja.

Si buscas enamorarte de verdad, primero enamórate de ti, conócete, goza y sufre, rompe la barrera del pudor que te ata a no ser quien realmente eliges ser ahora y al miedo a no ser aceptado(a) por eso. Ser tú y dejar ser al otro es lo real, y el amor es una realidad tan tangible como el beso que se da con el alma, como la vida misma, tan cómodo como podría resultar compartir el silencio con un otro.