Coronavirus, al rescate de las emociones

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MARZO 2020… EN CHILE EL ESTALLIDO SOCIAL QUE COMENZÓ EN OCTUBRE HA SIDO DESPLAZADO POR EL CORONAVIRUS, Y DEL TOQUE DE QUEDA PASAMOS AL VOLUNTARIO ENCIERRO.

Somos testigos de su explosivo contagio que cobra víctimas fatales por el mundo. Ya se han cerrado fronteras, colegios y establecimientos de concurrencia masiva. A la población se nos ha llamado a cumplir cuarentena en nuestros hogares, con tal de evitar su expansión y posibles muertes.

Esta situación amerita una instancia para reflexionar cómo nos relacionamos actualmente. Es sabido que en muchas ocasiones damos prioridad al WhatsApp y redes sociales, estando incluso en presencia de más gente. Entonces, una realidad virtual nos consume más tiempo que el ambiente real que nos rodea, aislándonos. Por tanto, el efecto del coronavirus no implicaría más que sincerar el tipo de relaciones que establecemos y lo que realmente nos afecta de la cuarentena es tomar conciencia que la restricción es forzosa, haciéndonos valorar lo perdido.

Muchas relaciones funcionan mejor a través de redes sociales y cuando las personas se encuentran cara a cara; no tienen de qué hablar. Tras el anonimato de lo virtual se abre paso a la fantasía de crear personajes idealizados e insostenibles en la realidad concreta. ¿Cuántos han creído enamorarse en aplicaciones de citas on line y al conocerse la atracción desaparece? Es ese feeling, la conexión que sólo se da por sí misma la que no pudo seguir obviándose.

Vivimos un mundo tecnológico en donde todo está a un click de distancia; donde es más cercana la antípoda que la persona que está a nuestro lado físicamente. El like que damos en Instagram a alguien que prácticamente no conocemos se nos ha hecho más común que decirle a quien tenemos al lado lo bien que se ve o un simple te quiero. No niego que la tecnología es un aporte. Sí, siempre que se la sepa usar, el problema es que la tecnología llegó antes que la educación y el criterio, transformándola en una herramienta de deshumanización.

Espero que en esta forzada pausa nos demos tiempo para reflexionar sobre la importancia de lo presencial, del contacto físico, de recuperar el cara a cara perdido y aprender a mirarse nuevamente a los ojos, a empatizar una sonrisa, una lágrima o abrazo. Ojalá retomemos este encuentro y los emoticones no hayan alcanzado a robarnos la expresión de las emociones y empecemos a comprender que nadie se salva solo, que las fronteras no existen, que la salud es un derecho universal, que la economía sí puede esperar, que la vida es frágil y protegerla es un deber colectivo.

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