Decisiones y emociones. ¿Amigas o rivales?

Coaching para cada día,

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HEMOS APRENDIDO QUE LAS DECISIONES SE TOMAN CON LA CABEZA Y NO CON EL CORAZÓN. ESTO QUIERE DECIR QUE ESTAMOS ACOSTUMBRADOS A INTERPRETAR QUE LAS DECISIONES SON ALGO QUE DEPENDE MERAMENTE DEL MUNDO DE LO RACIONAL, Y QUE HACER PARTÍCIPE AL MUNDO EMOCIONAL ESTÁ MAL. SIN EMBARGO, ME APARECE LA PREGUNTA: ¿SON LAS EMOCIONES AMIGAS O RIVALES DE LAS DECISIONES?

Partamos de la base que tomar decisiones es inherente al ser humano. Es algo que hacemos todo el tiempo y con distintos niveles de complejidad. Lo realizamos al escoger la serie que veremos, el almuerzo de los niños, y al aprobar un proyecto en el trabajo. Siempre estamos decidiendo. Si no tomamos decisiones, no actuamos. ¿Pero qué hace que cada decisión tenga distintos niveles de complejidad?

Propongo varios supuestos. Primero, digamos que me enfrento a una decisión entre sólo 2 opciones. Por ejemplo, el otro día me rompieron el vidrio del auto y llamé al seguro. Ellos me propusieron decidir si llevo el auto a un taller o si quiero la atención a domicilio. Segundo, asumamos que tengo muy claro el criterio de éxito de la decisión. En este caso es que quiero que el proceso se demore lo menos posible. Tercero, tengo toda la información a mi disposición. De esa información obtengo que el servicio a domicilio es más rápido y, como si fuera poco, más barato. Cuarto, sé desde ya que no va a ocurrir ningún imponderable.

En lo personal, juzgo que esa es una decisión de menor complejidad. Me tiento a decir que no hay decisión que tomar. Bueno, si hay una (y sigo siendo responsable de ella), pero al menos no desde la perspectiva humana, la podría tomar un algoritmo y yo me subo a lo que me diga. Bienvenida la inteligencia artificial. Sin embargo, las cosas no funcionan así. Faltó considerar dos invitados a esta mesa: La incertidumbre y el azar. Y no, no hay que ir a un casino para enfrentarte a estas cosas. Con incertidumbre me refiero a que no tengo a mi alcance toda la información. Puedo hacer todo lo posible para acercarme a tenerla, pero nunca tendré la información completa y a la mano en el momento en que la necesito. Y por azar, lo ejemplifico con una pregunta. ¿Cuántas decisiones habrá complicado la pandemia? Al menos yo no la vi venir.

Como ven, se nos complicó la cosa. Es acá donde aparecen las vilipendiadas emociones. Ya escribí en otra columna sobre la importancia de habitarlas y entenderlas, y en la toma de decisiones es una de las instancias en que se vuelven muy relevantes. En primer lugar, recordemos que las emociones son predisposiciones a la acción. Por lo mismo, no podemos tomar una decisión, que conllevara una acción, aislando de la ecuación a la emoción que estamos experimentando en ese momento. ¿Tengo miedo? Entonces me puedo preguntar: ¿Qué creo que puedo perder? O frente a la incertidumbre. ¿Confío en las otras personas relacionadas con la decisión? Si es así ¿Podría manejar un mayor grado de incertidumbre?

En segundo lugar, las emociones nos conectan con lo que tiene más sentido para nosotros: Lo que queremos. Una persona se puede preguntar ¿Voy a ser independiente o seguiré trabajando en la empresa en que estoy hace un par de años? Ante esta pregunta, podemos tener información, pero convengamos que el nivel de incertidumbre y azar involucrados son altos. Esto llevará a que ella o él decida desde su mundo emocional. ¿A qué la conectan sus anhelos? ¿Es más importante sentirse seguro o cumplir ese sueño de años? No hay decisión correcta ni equivocada. Pero definitivamente hay decisiones que tomar.

Las emociones, en general, tienen mala prensa. Es un tema cultural que, además, se exacerba en mi opinión en las organizaciones, dados los liderazgos tradicionales. Sin embargo, creo que es probable que sea así porque solemos relacionar una emoción con su versión más desbocada. Claro, probablemente tomar decisiones desde la euforia o incluso la depresión puede generar problemas, pero les tengo una noticia. Las emociones aparecen en variadas intensidades, y usar esos ejemplos es el equivalente a responsabilizar a la racionalidad por haber tomado una decisión con información equivocada.

No se trata de eliminar la racionalidad de las decisiones, eso sería eliminar del juego la información, que es básica en el proceso. Más bien, lo que quiero es visibilizar la relevancia del mundo emocional, y atreviéndome a ir un poco más lejos, traigo el juicio de que, obviar ese mundo emocional, puede traer consigo también malas decisiones.

 

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